Una simple definición de diccionario

jueves, 12 de agosto de 2010

Borradores apreciados...


Porque a veces lo que escribo sólo se queda gestando, esta actualización será de aquellos fragmentos que tengo por aquí, con su correspondiente título. Quizás de esta forma me digne a darles una continuidad, a que sigan creciendo y creciendo... A darles un digno final. Hay que aprender a apreciar lo que uno hace, aunque le parezca que no esté bien.

¿Mi favorito de los que aquí publico? Todos y ninguno, aunque le tengo especial aprecio al último que aquí publico.

Disculpen las molestias.


- Es la hora... de escribir.


Miro el reloj, que me devuelve mi propio reflejo con sus agujas de fondo. ¿Qué hora es? Aunque acabo de mirar, me he fijado más en mí mismo que en la hora en sí. Vuelvo a mirar, y veo que no es demasiado tarde. Ahora, lo que queda es aprovechar el tiempo que me quede antes de que se me acabe el tiempo.

Comienzo a escribir, suavemente, sin tener ni idea de qué es lo que saldrá de este teclado y de mis dedos. Es una sensación curiosa, el perder la noción de la hora, sobre todo cuando tienes que estar mentalizado de ello en todo momento. No hay nada más que esta "hoja", aunque sea de ilusorio papel, y yo. Pero también está el teclado, lo que te rodea, tu cuerpo, tus necesidades, los estímulos externos en definitiva... Tantas y tantas cosas, que en verdad resumir tanto puede ser hasta una falta de conciencia considerable.

Vaya... El tiempo está volando, ¿qué he estado haciendo hasta ahora? Sigo sin tener una respuesta clara para ello, pues ni siquiera mi mente está mentalizada, qué curioso.

- B.T



Rodeado en un majestuoso valle de flores, mirando volar los pétalos de aquí para allá, sin un rumbo fijo más allá de dejarse llevar por el viento, en una dulce sinfonía carente de música. La música se percibe por los ojos, en una explosión de luz y de color, la sinextesia nos hace comprobar como cualquier cosa tiene sentido. Sólo tenemos que encontrarla.

Y llegan revoloteando unas suaves aves, de plumaje vistoso y colorido, de verdes chillones, de rojos marchitos, de azules colbalto, etc. Se paran a tu lado y te saludan, gorgoteando sonoramente.

Se te escapa una carcajada, al no saber el comportamiento de estas aves que nunca antes habias visto.

- Not fill.

Dentro de cada persona existe una cantidad de espacio limitada. No todos los límites son iguales, ni tampoco lo que puedan albergar en su interior. Como un pequeño baúl, que puede tener aquello que sea lo suficientemente pequeño para caber. Puedes poner tres objetos grandes y no podrá cerrarse, o cientos y cientos de pequeños objetos de diversa índole que le permitirán cerrarse sin problemas, conservándolos.

¿Y dónde pone ese límite? No lo pone en ningún lado, como en los coches o pesos, de cuanto pueden soportar.

La razón de esto es que siempre está cambiando ese límite, a veces siendo mayor, otras menor, etc. Incluso cuando no lo tocamos en mucho tiempo, este límite puede hacer que lo que podía ser guardado sin problemas, esté sobresaliendo ahora mismo.

Siempre cambiante, ensanchándose o menguando. Nunca estaremos lo bastante seguros como para saber donde empieza o donde acaba...

- Cartas de un hombre que sólo quería... Parte 1.


Tercer día del quinto sol antes de la primera noche, época de las nieves. [Lo que equivaldría al año 903 según nuestros cálculos, concretamente en invierno.]

Hace sesenta días y noches [Días] que vine a la antigua capital del reino, Climea, cuando aún era la época de los árboles [Otoño]. A pesar de vivir en una pequeña casa en el límite de la tercera muralla, lo cierto es que no se está nada mal. Cuento con un mercado lo bastante próximo como para ir y venir varias veces mientras el sol está en lo alto, así como algunas tabernas donde pasar los ratos de descanso. Sin embargo, no es mi vida aquí lo que me ha llevado a escribir por primera vez tras tantos días [Años] sin hacerlo, sino lo que he encontrado mientras miraba todos los rincones de la casa.

- La primera vez.


Era un día lluvioso de principios de invierno, con un sol que no podía verse entre las nubes. El frío comenzaba a calar entre los huesos, al mismo tiempo que la humedad y las gotas de lluvia hacían lo propio. Ataviado con una pequeña pero cómoda bufanda, un chaquetón de lana caliente y cómodo, mis pantalones vaqueros y mis deportivas eran las prendas que me hacían tiritar de frío en aquella parada de autobús.

"Sin destino a ninguna parte", como suelo decir, mi destino no era otro que un pequeño pueblo a más de cien kilómetros de distancia en el cual hoy, a ser posible, pondría mi pie por primera vez. Más de quince minutos llevaba en aquella parada, esperando a un autobús que creía que no había perdido. Lo que estaba perdiendo era la paciencia, y precisamente no soy de los que tienen poca.

Me encontraba solo, con coches pasar por aquí y por allá. Personas con paraguas intentando detener como podían la creciente lluvia, cada vez más copiosa y abundante, así como cubrirse de las esporádicas ráfagas de viento gélido. Una pareja de ancianos, un motorista que suponía que se estaría acordando de cuando decidió usar la moto en vez de un coche, una madre intentando detener a su hija que, con botas de agua y un impermeable, parecía atraida por charcos de agua cada vez mayores... Muchas más situaciones y personas pasaron ante mis ojos, y por cada una de ellas hacía una muesca de reprobación o esbozaba una sonrisa de satisfacción.

Aquella niña chapoteando, ajena a la preocupación de su madre, me hacía darme cuenta de que en realidad se puede ser feliz con muy poco... Pero siempre habrá alguien que nos enseñe que eso no es la felicidad, que nos inculque una forma de actuar "correcta"... Hablo como un anciano, teniendo en cuenta que apenas le llevaría más de quince años a esa pequeña niña. ¿Tan rápido cambiamos? Cuando vuelva a casa supongo que me afeitaré, para sentirme joven otra vez.

Y ensimismado en mis pensamientos, lo ví. El autobús pasó por delante de mí como un destello azul y verde, con las luces de frenada encendidas... Pero en la parada no se paró. Supe que era él cuando me asomé y ví el número del autobús. "¡Maldita sea mi suerte!" podría ser lo más suave que dije cuando pasó, cuando después rebusqué en un bolsillón del pantalón y ver, apuntado en un húmedo trozo de papel, que ese era el último autobús de hoy.

No hay comentarios: